Iosu del Moral y Mikel Labeaga
Militantes de Antikapitalistak Euskal Herria

Indignación, vísceras y negacionismo

Una de las diferencias fundamentales entre la derecha y la izquierda a la hora de manifestar su descontento suele basarse en que la derecha hace una defensa de los derechos individuales mientras que la izquierda se organiza en torno a valores que defienden a la comunidad.

Durante la crisis sanitaria producida por la expansión del covid-19 y, por ende, debido a sus fatales consecuencias económicas, han ido sucediéndose alrededor del globo una multitud de protestas con una variedad ingente de reivindicaciones que se han ido conformando de diversas maneras a la hora de constituirse. Sin duda, los efectos de la propia pandemia, sumados a la pésima gestión por parte de la mayoría de gobiernos, han propiciado el escenario perfecto para la aparición de dichas reclamaciones a los poderes por parte de una ciudadanía que zozobra entre el hastío y la rabia más visceral. Un desencanto que, si bien, en muchas de sus formas adoptadas es totalmente entendible, justificable e incluso necesario, habría que tratar de analizar de un modo sosegado y exhaustivo tratando de caracterizar el fin real de muchas de estas movilizaciones sin caer ni en una criminalización simplona, ni en un discurso beligerante y carente de cualquier tipo de estrategia política con sentido.

Es innegable que, si bien, no de manera directa, el sistema capitalista, debido a sus propias dinámicas, ha propiciado un caldo de cultivo excelente para la aparición y expansión del virus. En primer lugar nos encontramos ante un sistema voraz y ecocida, que explota sin ningún miramiento los recursos naturales trastornando los hábitats de la fauna salvaje. En segundo lugar su propio comportamiento globalizador, supone una excesiva movilidad, en muchos casos innecesaria, que ha favorecido sobremanera la difusión de la enfermedad, si bien no la ha propiciado. Cuando los espárragos de un agricultor de Navarra terminan en la mesa de un comensal de China para más tarde, tener que abastecer los mercados navarros con los mismos productos procedentes de Perú, estamos generando una actividad superflua de traslación de bienes motivada únicamente por el reglaje del mercado y su insaciable ansia de rentabilidad económica que no parece que ayude en demasía a la contención del virus. Y tercero, algo que por otro lado es inherente a este sistema capitalista: hemos asistido por enésima vez a un procedimiento a la hora de afrontar las problemáticas que prioriza el capital sobre lo social, es decir, que entre proteger al lobby empresarial o salvar vidas, antepone preservar sus propios intereses económicos.

El quid central en torno a este debate no debiera residir en la necesidad de interrupción o no de una determinada actividad, más aun si esta se produce en pro de la protección del sistema sanitario y en consecuencia, de la salud del conjunto de la sociedad, si no que el foco de la discusión habría que plantearlo en base a con qué tipo de criterios se están llevando a cabo ciertas decisiones que desembocan en el cese de algunos sectores y, sobre todo, cuál es la respuesta en forma de cobertura social que los estados capitalistas están ofreciendo a la clase subsidiaria. De ahí que, seguramente, ni el dictamen de cierre, ni mucho menos la salida que se le ha dado a toda la gente afectada hayan sido iniciativas tomadas en función del bienestar de la ciudadanía, si no buscando las posiciones más favorables que satisfagan al mundo de los privados. Así que, ante un sistema que motiva en gran parte esta crisis y que abandona en el más absoluto desamparo a una ciudadanía desinformada y asustada, era cuestión de tiempo que los conatos de indignación comenzaran a aflorar a lo largo y ancho de las calles, dando lugar a un sinnúmero de manifestaciones.

Protestas de diversa índole y hechura que han ido brotando por infinidad de países y ciudades a modo de amalgama, pero que al margen de su heterodoxia, de lo que no cabe duda es que la izquierda alternativa tiene la obligación de estar muy alerta con todo lo que está aconteciendo durante esta crisis sanitaria y económica por varias razones. Por un lado, es fundamental tratar de impedir que toda esa cólera no caiga en manos de fuerzas represivas de la derecha reaccionaria, que tiene la virtud de aprovechar, como si de una alimaña se tratase, este tipo de ciclos de flujo incontrolado para rentabilizar dicho enfado. Por otro lado, siempre que exista un cuestionamiento a los poderes fácticos que desborde las avenidas, la izquierda rupturista debe estar preparada para ver cómo puede canalizar ese descontento social. Por ello, es primordial caracterizar a estos grupos y sus demandas, ya que como estamos viendo son dispares y variadas a la hora de su legitimación por parte de la izquierda.

Nadie debiera a estas alturas dudar, mucho menos aún desde una perspectiva de izquierdas, que muchas de estas reivindicaciones, ya no es que sean legítimas, si no que son imprescindibles. Empezando como no por todas las exigencias llegadas desde el ámbito de la sanidad pública, ya sea requiriendo un perfeccionamiento a nivel material o un incremento de los recursos humanos necesarios. En definitiva, una apuesta sin ambages abogando por una mejora sustancial de las condiciones laborales y por una defensa a ultranza y sin fisuras de un servicio público de salud, universal y de calidad. Lo mismo con el resto de sectores básicos y de primera necesidad que se han visto directamente alterados por la pandemia, como han podido ser la educación, la alimentación o el trasporte público. Por no hablar de la propia ciencia y de su vital importancia, y de que a estas alturas gran parte de la población debiera haberse dado cuenta de que su inversión y sobre todo de que la distribución de sus partidas presupuestarias son fundamentales para este tipo de situaciones, ya que todo el mundo debiera entender a estas alturas, que ardua tarea la de terminar con un virus microscópico a cañonazos.

Existen otro tipo de protestas igualmente lícitas y, por supuesto, totalmente comprensibles, sobre todo fundamentadas en la reclamación del derecho al trabajo, pero que quizá merezcan un análisis de mayor calado. Entre los demandantes estaríamos básicamente hablando de algunos sectores no propiamente primarios pero que sostienen numéricamente al menos a un arco muy amplio de la sociedad a través de su tejido laboral. Sectores tales como pueden ser la hostelería y el comercio, dedicados al servicio y que en muchas ocasiones suelen ser ocupados por las capas populares de la población. Aquí es donde con mayor ímpetu habría que incidir no en la paralización de dichas actividades, si no en el cobijo que se da por parte de los dirigentes a estos colectivos ya de por sí vulnerables. La clave de este tipo de movilizaciones estaría simplemente en saber distinguir claramente entre aquellos grupos de personas que per se ya sufrían una brutal precarización, como pueden ser los dependientes de los comercios, los camareros, o las kellys, que tratan de sobrevivir, de aquellos empresarios del textil o de las grandes cadenas hoteleras que reivindican el poder seguir siendo ricos.

Por último, nos encontramos ante un mosaico donde, sin lugar a dudas, la homogeneidad de demandas brilla por su ausencia y donde al igual que en un prisma plagado de caras y aristas, su desglose es de una gran complejidad. Un crisol de grupúsculos que oscilan desde grupos anarquizados a otros directamente relacionados con la extrema derecha, pasando por los negacionistas, los antivacunas, aquellos ultraliberales incapaces de detener un segundo la máquina de hacer dinero o quienes reivindican el derecho a salir de fiesta. Este enredo no hace sino que se agudice la audacia por parte de la izquierda alternativa a la hora de proceder a la caracterización de estos colectivos, que si bien no son los más numerosos, si están siendo protagonistas de los altercados que no hacen si no desviar el foco de las verdaderas luchas. A quienes desde la izquierda están defendiendo algunas de estas posiciones sin ningún tipo de reflexión y carentes de cualquier tipo de estrategia política, habría que recordarles que lo único que están logrando es distorsionar y confundir, si cabe aun más, a una población ya de por si mal informada.

De ahí que sea de vital importancia saber distinguir cuando estamos hablando de posiciones antisistema o de comportamientos antisociales, o de cuando estamos ante movimientos revolucionarios o directamente ante pequeñas revueltas, cuando no se trata de delincuencia sin ningún tipo de apoyo social. Una de las diferencias fundamentales entre la derecha y la izquierda a la hora de manifestar su descontento suele basarse en que la derecha hace una defensa de los derechos individuales mientras que la izquierda se organiza en torno a valores que defienden a la comunidad. Las teorías de la conspiración no hacen sino alimentar las vísceras de la indignación que llevan a muchas personas a simplemente protestar sin ningún fin concreto que en la mayoría de ocasiones no va más allá de un tipo de reivindicación o demanda personalista, huérfana de ideología y que busca resultados quiméricos y cortoplacistas.

Algo que sí es denunciable es la excesiva criminalización que está sufriendo el colectivo joven al verse señalado y relacionado con todo este tipo de tumultos. Jóvenes que, en su mayoría, no están participando de este tipo de protestas y que, en muchos casos, tratan de organizarse responsablemente para dar una respuesta conjunta a sus necesidades. No podemos olvidar que nos encontramos ante una comunidad que debido a sus impulsos tiene una necesidad inmensa de socializar y que, además, en muchos casos ha estado detrás de muchas de las iniciativas de solidaridad a la hora de constituir redes de apoyo que han servido de gran ayuda en los peores momentos de esta crisis sanitaria y económica. Es imprescindible trasmitir a estos jóvenes que no son parte del problema, sino que son una parte clave de la solución y que mientras se mantienen abiertas industrias con miles de trabajadores en cadena, no se les puede agredir de la manera que lo están haciendo los medios generalistas.

Mucho se habla últimamente de que la solución hay que dejársela a los científicos, pero sin desmerecer un ápice su labor, hoy más que nunca esa solución pasa por la politización y la ideologización de la sociedad a través de los valores más fundamentales de solidaridad. Como en cualquiera de los grandes paradigmas en forma de crisis que se han dado a lo largo de la historia y que han puesto a prueba la capacidad de la gente para superarse y vencer a las adversidades, en esta ocasión no será distinto y una vez más el revertir esta situación pasará por lo común, por lo colectivo, por lo que es de todos y todas. Así que mientras las fuerzas reaccionarias, el establishment, los poderes financieros, nuestro viejo enemigo el capitalismo y toda esa banda de buitres carroñeros se empeñan en sacar beneficio una vez más de la miseria de los demás, la izquierda rupturista y radical debe poner toda su capacidad al servicio del bien común, de las mayorías populares y sociales, y de aquellos eslabones más débiles de nuestra comunidad.

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